lunes, 17 de noviembre de 2014

Día 287: Rutina




Era una de esas mañanas, donde la cama llama, la almohada conversa y las cobijas abrazan; también era de esas mañanas donde hay que ir a reclamar las pastillas que evitan la conversación con los muebles.
Al llegar, me dirijo a la ventanilla de recepción; una ventana reducida llena de números que habitan hojas y rodean a una muchacha de gafas gruesas como raíces cuadradas; allí debo esperar a que el hombre calvo termine de desayunar los delgados hilos que se enredan en su tenedor, que es casi tan brillante como su cabeza. Cuando el hombre termina, me envía a farmacia; donde la niña habla por su celular durante 15 minutos, luce muy preocupada por sacar a la pequeña persona que se ha quedado atrapada dentro del pequeño aparato; aun así interrumpe su heroica misión para decirme que debo regresar a la caja; en la caja el hombre calvo habla con una señora regordeta, probablemente llena de los hilos que comía el hombre calvo; que me envía a recursos humanos. No voy a ese lugar, los recursos son hechos para ser explotados y a mí me da miedo estallar.
Ante la inminente posibilidad de quedar atrapado entre números y raíces cuadrados, en un celular pegado a la oreja a de una chica que habla muy fuerte o estallar como una mina de oro, he decido que no es necesario reclamar los medicamentos, las voces irreales suelen tener buenas ideas.

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