sábado, 15 de noviembre de 2014

Día 285: Melocotón.

                                                      
Sus cuerpos se acoplaban en una marea de retorcijones en la vieja banca del parque, produciendo sonidos leves, como el murmullo de un gato en la noche. Sus manos se entrelazaban curiosas mientras sus dedos recorrían la superficie de la piel tersa y juvenil, rebosante de vida.
Verlos era demasiado doloroso, se supone que él era su amigo, a quien le había contado en confidencia como soñaba con las largas pestañas, el cabello sedoso y las mejillas de melocotón que se levantaban suaves sobre el relieve de su rostro. Ella era la chica que se sentaba frente a él en clase de inglés, que se reía como ruiseñor en el pasillo y cuyos ojos centelleaban como faros en medio de una tormenta. Verlos besarse en medio del verano era como una navaja tibia que bajaba lentamente por su pecho. Ella pareció percatarse de su presencia en el horizonte y tras apartar discretamente los labios del muchacho, bajo la mirada sonrojada mientras se cubría el rostro con las manos.

El joven, por el contrario se puso pálido, no esperaba ser sorprendido tan rápidamente y especialmente en un momento tan determinante. Ambos se miraron con complicidad, e intentaron llamaron al joven para discutir el asunto; pero era demasiado tarde, ya se alejaba corriendo, dejando tras de sí una bolsa de melocotones frescos. 

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