Sus cuerpos
se acoplaban en una marea de retorcijones en la vieja banca del parque,
produciendo sonidos leves, como el murmullo de un gato en la noche. Sus manos se
entrelazaban curiosas mientras sus dedos recorrían la superficie de la piel
tersa y juvenil, rebosante de vida.
Verlos era
demasiado doloroso, se supone que él era su amigo, a quien le había contado en
confidencia como soñaba con las largas pestañas, el cabello sedoso y las
mejillas de melocotón que se levantaban suaves sobre el relieve de su rostro.
Ella era la chica que se sentaba frente a él en clase de inglés, que se reía como
ruiseñor en el pasillo y cuyos ojos centelleaban como faros en medio de una
tormenta. Verlos besarse en medio del verano era como una navaja tibia que bajaba
lentamente por su pecho. Ella pareció percatarse de su presencia en el
horizonte y tras apartar discretamente los labios del muchacho, bajo la mirada
sonrojada mientras se cubría el rostro con las manos.
El joven,
por el contrario se puso pálido, no esperaba ser sorprendido tan rápidamente y
especialmente en un momento tan determinante. Ambos se miraron con complicidad,
e intentaron llamaron al joven para discutir el asunto; pero era demasiado
tarde, ya se alejaba corriendo, dejando tras de sí una bolsa de melocotones
frescos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario