Johan era el mejor y más deshonroso discípulo que alguna vez hubiese tenido
Emet. Sus habilidades para la magia y hechicería tenían todo el potencial de
ser legendarias, pero su avaricia y deseos carnales lo habían convertido en un
saco de vanidades; a sus 20 años ya había aprendido todo cuanto Emet podían y
quería enseñarle, desterrado de las tierras de su maestro bajo pena de quedar
convertido en una figura de arcilla, Johan se dirigió al reino de Cresalia, una
tierra prospera, vacía de magos y criaturas inmortales, allí sin duda alguna
sus talentos serían apreciados.
Durante varios días gozó del dinero de incautos que reían al verlo invocar
pequeñas llamas sobre mundo balde lleno de agua o aguantaban la respiración
cuando levitaba a algunos centímetros sobre el suelo. Pasadas dos semanas había
reunido suficiente para hacer cerrar el bar, con algunas chicas adentro
dispuestas a hacerlo feliz, Johan sonreía pícaro mientras imaginaba a las
chicas lamiendo su...
-¡Hey tú, artistas callejero! -una voz gruesa corto sus pensamientos.
-Llegaron tarde amigos -Johan terminó de recoger las monedas que había
ganado mientras se dirigía al pueblo, dándole la espalda a los extraños -La
función terminó por hoy, regresen mañana para ver cosas asombrosas.
-La reina y su corte quieren verlo -otra voz, más juvenil se introdujo en
la conversación.
-No hago presentaciones privadas, si quieren verme que vengan y paguen -Johan
se giró para observar mejor a los mensajeros: Eran dos caballeros con armaduras
relucientes como soles, montado sobre caballos negros con joyas trenzadas en
sus crines -No soy el fenómeno privado de nadie.
-Creo que no nos hicimos entender: La reina exige su presencia- Uno de los
caballeros desenfundó rápidamente su espada y le dio un golpe seco con el mango
justo en la nuca, dejándole inconsciente de inmediato.
Johan se encontró sumergido en una bruma dolorosa y espesa, sentía las
manos agarrotadas y el cuello rígido, la vista le fue llegando de apoco: estaba
en un cuarto pequeño y oscuro, el olor de cuerpos pudriéndose a su alrededor y
el agua estancada llenaban el lugar. Cuando trató de ponerse de pie notó que
estaba encadenado por los talones a la pared, sus manos estaban al interior de
lo que parecían ser unos guantes metálicos, con varias protuberancias que
salían de los dedos y las palmas, como pequeñas espinas. El ruido de sus
cadenas al moverse llamó la atención de los guardas afuera, que entraron
apuntándole con lanzas y flechas.
-Dices una sola palabra tratando de invocar algo y te cortaremos la lengua
–un hombre con una cicatriz en el mentón
lo apuntó con su flecha mientras otros dos jóvenes lo sacaban a rastras
del lugar. Afuera era vigilado por al menos otros doce soldados que apuntaban
sus armas contra él. –La reina quiere verte.
Lo llevaron a lo largo que de una intricada serie de pasajes y recamaras,
siempre vigilado por una docena de hombres que nunca lo perdían de vista. Tras
un par de minutos llegaron a una gran habitación con los muros recubiertos de
oros y piedras preciosas que brillaban como estrellas bajo el sol que entraba
por un techo de cristal, en el fondo de la habitación había gran trono de ópalo
y marfil, diseñado para parecer las fauces de una bestia próxima a devorar a
quien se sentara en su lengua. Allí había una mujer de cabello negro y tez
blanca como la leche, con ojos negros como el carbón y labios pálidos, casi
azules. Un guarda le golpeó las piernas haciéndole caer.
-Inclínate ante Su Majestad, la reina Gloria –Al decir estas palabras la
mujer se puso de pie mientras sonreía, acercándose al tembloroso cuerpo de
Johan. Acto seguido la docena de guardias inclinó la cabeza en señal de
reverencia: esté era el momento para escapar. Johan empezó a recitar un hechizo
de humo, si llenaba el cuarto con este podría tomar las llaves del guarda y
correr; como una sombra las nubes de humo empezaron a emerger de las uniones
entre las paredes y el suelo, pero su hechizo se vio cortado cuando fue
apuñalado en el hombro; se giró brevemente para ver como su captor enterraba el
cuchillo hasta hacerlo salir por el frente de su cuerpo –Te dije que no
hicieras nada estúpido.
-Cálmate Tamtor –La reina se acercó a ellos y poniendo su brazo sobre el
cuchillo, lo enterró aún más –Nuestro invitado sólo está nervioso.
“Entonces, joven artista, ¿sabes porque te han traído aquí?” La reina se
paseaba a su alrededor mientras todos los soldados apuntaban de nuevo hacia el
cuerpo de Johan, quien negó con la cabeza, pensando en el cuchillo, aún alojado
en su cuerpo “Para ser el discípulo de Emet eres más tonto de lo que pensaba,
atreverte a venir a mi tierra sin tomar precauciones, incluso te atreves a
practicar la magia en mis calles, pequeño idiota. ¿Nunca te preguntaste porque
no hay magia en mi país?” Johan negó de nuevo, estaba sorprendido por todo lo
que esta mujer parecía saber de él. “Es porque cada mago, bruja, vampiro, ogro,
vampiro, zombie y demás pecados contra la vida han sido expulsados o cazados,
no permito aberraciones en mi país.”
El peligro ahora era más que palpable, Johan sabía que en cualquier momento
ella daría la señal y él sería triturado por una lluvia de flechas y lanzas,
quería aventurarse a una última invocación, pero al abrir la boca para empezar
el guarda giró el cuchillo en su hombro, haciendo salir un torrente de sangre.
La reina rio divertida ante su gesto de dolor “Sellen sus guantes y llévenlo abajo”,
la mujer volvió a sentarse en su trono y se dispuso a observar.
Uno de los guardas tomó las manos de Johan, mientras otro traía un martillo
y lo que parecía ser un pequeño asiento, en el cual pusieron sus brazos. El
terror lo invadió: recordó las protuberancias que salían de los guantes de
metal, la mayoría estaban sobre las articulaciones de sus dedos. Martillaron
cada clavo, haciendo que sus gritos resonaran amplificados a lo largo del magnífico
salón, su sangre brillaba como las piedras más preciosas al dar contra las
paredes para luego opacarse como trozos de carbón líquido con el paso de los
minutos. Creyó que no iba a soportarlo, pero para su mala suerte, no perdió la
conciencia mientras los 21 pinchos entraban en su carne, macerando sus huesos.
Al terminar era sólo una masa temblorosa y sangrante que fue arrastrada por un
solo hombre, que lo llevó más allá del calabozo de donde había salido, adentrándose
cada vez en las entrañas de la tierra los túneles se llenaban de un olor a
carne descompuesta y amoniaco. Johan no pudo determinar si los gritos que
escuchaba salían de su garganta, de su mente o de lo pequeños agujeros que
habían en las paredes, por los cuales se asomaban ojos brillantes, inyectados
en sangre.
Contrario a lo que pensaba, el número de guardas y armas fue creciendo a
medida que descendían, tras unos minutos se vieron frente a un gran portón
reforzado con trece correas de acero que se cerraban una sobre la otra. Johan
reconoció varios sellos forjados y pintados frente a la puerta y las paredes
aledañas; no tenía energía para pensar en detalle, pero sabía que lo que
hubiese tras esa puerta era muy peligroso.
-La cena está servida –Gritó el caballero que lo arrastraba al tiempo que
sacaba el cuchillo incrustado en su hombro, varios gritos y rugidos salieron
desde detrás de la puerta amenazando con derribarla. Todos los soldados se
pusieron alertas y se prepararon para atacar mientras uno de ellos abría una diminuta
apertura, similar a una puerta más pequeña. Desde su sopor Johan pudo ver un
par de ojos amarillos que lo observaban hambrientos desde la oscuridad, era
obvio que iba a ser devorado. El guarda tragó sonoramente antes de empujarlo
hacia la oscuridad y cerrar de nuevo la puertecilla –Diviértanse chicos.
Johan temblaba de miedo y de dolor, repentinamente un viento cálido le revolvió
el cabello, aquello está olfateándolo muy de cerca.
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