miércoles, 28 de enero de 2015

Día 358: Mago.


Johan era el mejor y más deshonroso discípulo que alguna vez hubiese tenido Emet. Sus habilidades para la magia y hechicería tenían todo el potencial de ser legendarias, pero su avaricia y deseos carnales lo habían convertido en un saco de vanidades; a sus 20 años ya había aprendido todo cuanto Emet podían y quería enseñarle, desterrado de las tierras de su maestro bajo pena de quedar convertido en una figura de arcilla, Johan se dirigió al reino de Cresalia, una tierra prospera, vacía de magos y criaturas inmortales, allí sin duda alguna sus talentos serían apreciados.
Durante varios días gozó del dinero de incautos que reían al verlo invocar pequeñas llamas sobre mundo balde lleno de agua o aguantaban la respiración cuando levitaba a algunos centímetros sobre el suelo. Pasadas dos semanas había reunido suficiente para hacer cerrar el bar, con algunas chicas adentro dispuestas a hacerlo feliz, Johan sonreía pícaro mientras imaginaba a las chicas lamiendo su...
-¡Hey tú, artistas callejero! -una voz gruesa corto sus pensamientos.
-Llegaron tarde amigos -Johan terminó de recoger las monedas que había ganado mientras se dirigía al pueblo, dándole la espalda a los extraños -La función terminó por hoy, regresen mañana para ver cosas asombrosas.
-La reina y su corte quieren verlo -otra voz, más juvenil se introdujo en la conversación.
-No hago presentaciones privadas, si quieren verme que vengan y paguen -Johan se giró para observar mejor a los mensajeros: Eran dos caballeros con armaduras relucientes como soles, montado sobre caballos negros con joyas trenzadas en sus crines -No soy el fenómeno privado de nadie.
-Creo que no nos hicimos entender: La reina exige su presencia- Uno de los caballeros desenfundó rápidamente su espada y le dio un golpe seco con el mango justo en la nuca, dejándole inconsciente de inmediato.
Johan se encontró sumergido en una bruma dolorosa y espesa, sentía las manos agarrotadas y el cuello rígido, la vista le fue llegando de apoco: estaba en un cuarto pequeño y oscuro, el olor de cuerpos pudriéndose a su alrededor y el agua estancada llenaban el lugar. Cuando trató de ponerse de pie notó que estaba encadenado por los talones a la pared, sus manos estaban al interior de lo que parecían ser unos guantes metálicos, con varias protuberancias que salían de los dedos y las palmas, como pequeñas espinas. El ruido de sus cadenas al moverse llamó la atención de los guardas afuera, que entraron apuntándole con lanzas y flechas.
-Dices una sola palabra tratando de invocar algo y te cortaremos la lengua –un hombre con una cicatriz en el mentón  lo apuntó con su flecha mientras otros dos jóvenes lo sacaban a rastras del lugar. Afuera era vigilado por al menos otros doce soldados que apuntaban sus armas contra él. –La reina quiere verte.
Lo llevaron a lo largo que de una intricada serie de pasajes y recamaras, siempre vigilado por una docena de hombres que nunca lo perdían de vista. Tras un par de minutos llegaron a una gran habitación con los muros recubiertos de oros y piedras preciosas que brillaban como estrellas bajo el sol que entraba por un techo de cristal, en el fondo de la habitación había gran trono de ópalo y marfil, diseñado para parecer las fauces de una bestia próxima a devorar a quien se sentara en su lengua. Allí había una mujer de cabello negro y tez blanca como la leche, con ojos negros como el carbón y labios pálidos, casi azules. Un guarda le golpeó las piernas haciéndole caer.
-Inclínate ante Su Majestad, la reina Gloria –Al decir estas palabras la mujer se puso de pie mientras sonreía, acercándose al tembloroso cuerpo de Johan. Acto seguido la docena de guardias inclinó la cabeza en señal de reverencia: esté era el momento para escapar. Johan empezó a recitar un hechizo de humo, si llenaba el cuarto con este podría tomar las llaves del guarda y correr; como una sombra las nubes de humo empezaron a emerger de las uniones entre las paredes y el suelo, pero su hechizo se vio cortado cuando fue apuñalado en el hombro; se giró brevemente para ver como su captor enterraba el cuchillo hasta hacerlo salir por el frente de su cuerpo –Te dije que no hicieras nada estúpido.
-Cálmate Tamtor –La reina se acercó a ellos y poniendo su brazo sobre el cuchillo, lo enterró aún más –Nuestro invitado sólo está nervioso.
“Entonces, joven artista, ¿sabes porque te han traído aquí?” La reina se paseaba a su alrededor mientras todos los soldados apuntaban de nuevo hacia el cuerpo de Johan, quien negó con la cabeza, pensando en el cuchillo, aún alojado en su cuerpo “Para ser el discípulo de Emet eres más tonto de lo que pensaba, atreverte a venir a mi tierra sin tomar precauciones, incluso te atreves a practicar la magia en mis calles, pequeño idiota. ¿Nunca te preguntaste porque no hay magia en mi país?” Johan negó de nuevo, estaba sorprendido por todo lo que esta mujer parecía saber de él. “Es porque cada mago, bruja, vampiro, ogro, vampiro, zombie y demás pecados contra la vida han sido expulsados o cazados, no permito aberraciones en mi país.”
El peligro ahora era más que palpable, Johan sabía que en cualquier momento ella daría la señal y él sería triturado por una lluvia de flechas y lanzas, quería aventurarse a una última invocación, pero al abrir la boca para empezar el guarda giró el cuchillo en su hombro, haciendo salir un torrente de sangre. La reina rio divertida ante su gesto de dolor “Sellen sus guantes y llévenlo abajo”, la mujer volvió a sentarse en su trono y se dispuso a observar.
Uno de los guardas tomó las manos de Johan, mientras otro traía un martillo y lo que parecía ser un pequeño asiento, en el cual pusieron sus brazos. El terror lo invadió: recordó las protuberancias que salían de los guantes de metal, la mayoría estaban sobre las articulaciones de sus dedos. Martillaron cada clavo, haciendo que sus gritos resonaran amplificados a lo largo del magnífico salón, su sangre brillaba como las piedras más preciosas al dar contra las paredes para luego opacarse como trozos de carbón líquido con el paso de los minutos. Creyó que no iba a soportarlo, pero para su mala suerte, no perdió la conciencia mientras los 21 pinchos entraban en su carne, macerando sus huesos. Al terminar era sólo una masa temblorosa y sangrante que fue arrastrada por un solo hombre, que lo llevó más allá del calabozo de donde había salido, adentrándose cada vez en las entrañas de la tierra los túneles se llenaban de un olor a carne descompuesta y amoniaco. Johan no pudo determinar si los gritos que escuchaba salían de su garganta, de su mente o de lo pequeños agujeros que habían en las paredes, por los cuales se asomaban ojos brillantes, inyectados en sangre.
Contrario a lo que pensaba, el número de guardas y armas fue creciendo a medida que descendían, tras unos minutos se vieron frente a un gran portón reforzado con trece correas de acero que se cerraban una sobre la otra. Johan reconoció varios sellos forjados y pintados frente a la puerta y las paredes aledañas; no tenía energía para pensar en detalle, pero sabía que lo que hubiese tras esa puerta era muy peligroso.
-La cena está servida –Gritó el caballero que lo arrastraba al tiempo que sacaba el cuchillo incrustado en su hombro, varios gritos y rugidos salieron desde detrás de la puerta amenazando con derribarla. Todos los soldados se pusieron alertas y se prepararon para atacar mientras uno de ellos abría una diminuta apertura, similar a una puerta más pequeña. Desde su sopor Johan pudo ver un par de ojos amarillos que lo observaban hambrientos desde la oscuridad, era obvio que iba a ser devorado. El guarda tragó sonoramente antes de empujarlo hacia la oscuridad y cerrar de nuevo la puertecilla –Diviértanse chicos.

Johan temblaba de miedo y de dolor, repentinamente un viento cálido le revolvió el cabello, aquello está olfateándolo muy de cerca.  

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