Una bolsa de leche, un paquete de pan, una libra de sal y una caja de
fósforos. Revisé la lista varias veces para cerciorarme que ya tenía todo lo que
me hacía falta, ya no tenía intenciones de salir de casa. Pagué con unos billetes arrugados y
me emprendí el camino de regreso con una bolsa en cada mano y silbando una
vieja canción.
Un ruido similar a alguien pateando latas y cajas apareció en un callejón cercano
al pequeño supermercado, a pesar que aún no estaba tan tarde algunas lámparas de
la calle ya se habían encendido, el cielo malva se opacaba lentamente y las
calles se llenaban de autos a toda velocidad camino a sus hogares tras un largo
día de trabajo. Una sombra se movió rápidamente al borde de mi campo visual, ocultándose
entre algunos botes de basura frente a un restaurante de comida china, un escalofrío
me bajó por las costillas y me hizo acelerar el paso, el eco de las pisadas se
incrementaba conforme me acercaba a la casa; la figura que me asechaba
continuaba oculta: entre la multitud, entrando a un pequeño local de periódicos
o en estrechos callejones que desprendían olor rancios y misteriosos.
Casi al borde del pánico empecé una carrera discreta, haciendo sonar mis
paquetes a los costados; al girar en una esquina me di de lleno con un policía rubio
de ojos cafés, el hombre se disculpó y me preguntó porque estaba tan alterada.
Mire con discreción a mis espaldas: la figura estaba oculta tras la esquina, observándome
con un ojo seco, no podía verla bien y me vi tentada a explicarle al oficial lo
que me ocurría.
Sin embargo al girarme para hablar con el hombre pude ver en el reflejo de
sus lentes negros como la silueta de mi perseguidor salía un poco de su
escondite: su cabello enmarañado, la ropa sucia, la nariz sangrante y los ojos
vidriosos. Una leve sonrisa se me escapó.
-No pasa nada oficial –Trato de aguantarme la risa que me sube por la
garganta –Es sólo que voy tarde a casa.
-¿Estas segura? –El oficial se quitó los lentes, eliminando así la imagen
de mi seguidor –Este es un sector peligroso.
-Seguro, no hay problema –El oficial asiente y se retira para ayudar a una
mujer en embarazo a bajar del autobús.
Continuo mi camino ahora sin prisa, de hecho casi espero sentir en
cualquier momento la mano de aquel individuo sujetándome por el hombre, pero no
pasa nada. Cierro la puerta con llave –tampoco quiero lo tenga tan fácil –guardo
la cosas en la nevera y enciendo la televisión. Mientras los titulares del día
corren por el noticiero me asomo por la ventana y me llevo una sorpresa: allí está
la figura, observando desde el otro lado, su rostro mallugado está prácticamente
adherido al vidrio mientras sus ojos sedientos me miran con hambre.
Si el dueño de este cuerpo lo quiere recuperar, yo digo que lo intente.
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