Le tomó más de lo planeado llegar, la verdad Alexis pensó que estaría bajo
la Roca del Ciervo es misma tarde, pero el sol había descendido y vuelto a
colgarse del firmamento antes de siquiera ver el contorno del monumento en el
horizonte. Era un joven de cabello miel, una cabeza más bajo que todos sus
amigos, un hoyuelo se formaba en su mejilla izquierda cada vez que reía, las
orejas particularmente curvas y pequeñas el cuello delgado y los brazos largos
le daban un aspecto torpe y desgarbado. Sus ojos negros se movían con rapidez
por el campo, buscando pequeñas sombras o leves movimientos que le indicaran la
presencia de algún depredador o perseguidor; pero el bosque estaba en silencio.
La hoja rota del cuchillo descansaba, envuelta en un pañuelo de seda roja,
oculto en el bolsillo de su chaqueta. “Entierra el cuchillo en la tierra
sangrante, justo bajo el único árbol de la Roca del Alce” había dicho la sacerdotisa
mientras se presionaba una herida sangrante en el abdomen. El vampiro se la
había abierto de un tajo en su intento de devorarla, su maestra rápidamente logró
hacer una invocación de fuego que encerró lo encerró en un mar de llamas. Ella
lo había visto a la cara antes de entregarle el cuchillo roto; en ese momento Alexis
se dio cuenta que su maestra no iba a escapar, que se quedaría a pelear con el monstruo
a pesar que era evidente que no podría ganar.
Las palabras húmedas por la sangre de su maestra se movían como una marea
en su mente cansada, Alexis se preguntaba si el corazón del vampiro se hallaría
en aquel lugar. Sin darse cuenta llegó al pie de la roca, que tallada por los
siglos parecía ser la cabeza de un Ciervo emergiendo de la tierra, como si el
gran animal estuviera atrapado en el lodo solidificado; sobre la roca un gran árbol
de grueso tronco y numerosas ramas retorcidas formaban la cornamenta, dándole la
apariencia de un animal que podía levantarse en cualquier momento. Alexis
observó en busca de la “Tierra sangrante” se imaginó un trozo de pasto reseco,
rojizo, algunas flores rojas, arcilla rojiza, algo rutilante, pero el lugar
estaba tapizado por una capa de musgo fresco y algunas florecillas amarillas
que salpicaban el campo.
Alexis saco el cuchillo con la esperanza que su presencia revelara alguna
fuente carmesí, pero el campo permaneció inamovible. La imagen de su maestra
sangrante lo hizo caer en desesperación, se arrojó al suelo y empezó a enterrar
la hoja gastada en busca de la respuesta que la hechicera le había enviado a
buscar. El sol recorrió el firmamento casi por completo, jugueteando con la
sombras de la Roca del Ciervo que lucían con un grueso pelaje que se agitaba
con el paso del tiempo; finalmente con el ocaso próximo a suceder Alexis cayó
rendido, no había encontrado nada.
Sus ojos se acostumbraron a la penumbra y vieron como las raíces de la
cornamenta salían por un costado, Alexis recordó claramente las instrucciones y
enterró con fuerza la hoja sucia en la tierra. Al principio fue lento, no más
que una mancha, pero se extendió hasta un gran géiser carmesí que expulsaba coágulos
del tamaño de ratas y pájaros pequeños. Cuando el torrente hubo terminado Alexis escarbó con sus manos en la tierra húmeda
y tibia, como quien despedaza una herida. Finalmente, cubierto de suciedad roja
en el fondo del agujero había una manta de color purpura, Alexis la extrajo con
cuidado pues pesaba más de lo que había imaginado; al abrir la envoltura se encontró
con mazo de plata, pintado de tal manera que parecía ser tallado a partir de un
grueso tronco, desde el mango del mazo se desprendió una estaca que lucía exactamente
igual. Alexis observó el regalo de su maestra y emprendió el regreso a la
batalla.
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