martes, 27 de enero de 2015

Día 357: Arma.


Le tomó más de lo planeado llegar, la verdad Alexis pensó que estaría bajo la Roca del Ciervo es misma tarde, pero el sol había descendido y vuelto a colgarse del firmamento antes de siquiera ver el contorno del monumento en el horizonte. Era un joven de cabello miel, una cabeza más bajo que todos sus amigos, un hoyuelo se formaba en su mejilla izquierda cada vez que reía, las orejas particularmente curvas y pequeñas el cuello delgado y los brazos largos le daban un aspecto torpe y desgarbado. Sus ojos negros se movían con rapidez por el campo, buscando pequeñas sombras o leves movimientos que le indicaran la presencia de algún depredador o perseguidor; pero el bosque estaba en silencio.
La hoja rota del cuchillo descansaba, envuelta en un pañuelo de seda roja, oculto en el bolsillo de su chaqueta. “Entierra el cuchillo en la tierra sangrante, justo bajo el único árbol de la Roca del Alce” había dicho la sacerdotisa mientras se presionaba una herida sangrante en el abdomen. El vampiro se la había abierto de un tajo en su intento de devorarla, su maestra rápidamente logró hacer una invocación de fuego que encerró lo encerró en un mar de llamas. Ella lo había visto a la cara antes de entregarle el cuchillo roto; en ese momento Alexis se dio cuenta que su maestra no iba a escapar, que se quedaría a pelear con el monstruo a pesar que era evidente que no podría ganar.
Las palabras húmedas por la sangre de su maestra se movían como una marea en su mente cansada, Alexis se preguntaba si el corazón del vampiro se hallaría en aquel lugar. Sin darse cuenta llegó al pie de la roca, que tallada por los siglos parecía ser la cabeza de un Ciervo emergiendo de la tierra, como si el gran animal estuviera atrapado en el lodo solidificado; sobre la roca un gran árbol de grueso tronco y numerosas ramas retorcidas formaban la cornamenta, dándole la apariencia de un animal que podía levantarse en cualquier momento. Alexis observó en busca de la “Tierra sangrante” se imaginó un trozo de pasto reseco, rojizo, algunas flores rojas, arcilla rojiza, algo rutilante, pero el lugar estaba tapizado por una capa de musgo fresco y algunas florecillas amarillas que salpicaban el campo.
Alexis saco el cuchillo con la esperanza que su presencia revelara alguna fuente carmesí, pero el campo permaneció inamovible. La imagen de su maestra sangrante lo hizo caer en desesperación, se arrojó al suelo y empezó a enterrar la hoja gastada en busca de la respuesta que la hechicera le había enviado a buscar. El sol recorrió el firmamento casi por completo, jugueteando con la sombras de la Roca del Ciervo que lucían con un grueso pelaje que se agitaba con el paso del tiempo; finalmente con el ocaso próximo a suceder Alexis cayó rendido, no había encontrado nada.

Sus ojos se acostumbraron a la penumbra y vieron como las raíces de la cornamenta salían por un costado, Alexis recordó claramente las instrucciones y enterró con fuerza la hoja sucia en la tierra. Al principio fue lento, no más que una mancha, pero se extendió hasta un gran géiser carmesí que expulsaba coágulos del tamaño de ratas y pájaros pequeños. Cuando el torrente hubo terminado  Alexis escarbó con sus manos en la tierra húmeda y tibia, como quien despedaza una herida. Finalmente, cubierto de suciedad roja en el fondo del agujero había una manta de color purpura, Alexis la extrajo con cuidado pues pesaba más de lo que había imaginado; al abrir la envoltura se encontró con mazo de plata, pintado de tal manera que parecía ser tallado a partir de un grueso tronco, desde el mango del mazo se desprendió una estaca que lucía exactamente igual. Alexis observó el regalo de su maestra y emprendió el regreso a la batalla. 

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