sábado, 10 de enero de 2015

Día 340: Herencia.


Es común heredar viejos muebles, fotos viejas, alhajas lustrosas, alguna penosa enfermedad, una clase de suerte o incluso vicios y costumbres, sin embargo lo que mi abuelo le heredo a mi padre, a mí, a mis hijos y probablemente a mis nietos, es muy poco común, pero ha invadido nuestros hogares y determinado muchas cosas en nuestras vida.
Todo comenzó en las primeras elecciones presidenciales de la década de los sesentas, por ese entonces mi abuelo tenía 20 años y estaba próximo a casarse con mi abuela. Las elecciones de ese año las ganó un gran maestro industrial, dueño de gran parte de las empresas del país, un gran comerciante con tendencias liberales y visiones internacionales  de globalización y libre mercado. Ideas que la gente del pueblo en el que vivía mi abuelo, no entendían muy bien; casi toda la comunidad había votado por su contrincante: un oligarca que exponía ideas de la iglesia, costumbrista y monopolizador cuya familia era dueña de gran parte del campo cultivable en el territorio.
Mi abuelo fue a un estanco cercano para escuchar las noticias y ver el primer discurso presidencial de aquel hombre a cientos de kilómetros de distancia. Por lo que cuenta el abuelo fue un mensaje hermoso, lleno de esperanza y promesas de cambio. Al  terminar la transmisión un anciano al fondo del lugar se puso de pie y empezó a aplaudir al presidente electo; como es de esperarse todos en el bar se molestaron, lanzándole botellas y papeles con los deseos de callar a aquel revoltoso; pero fue mi abuelo –un joven impresionable y manipulable –quien se ganó la furia del hombre al arrojarle algunos trozos de limón que habían consumido los clientes.
El anciano salió del local en medio de abucheos y basura que le llovía, pero antes de cruzar el umbral de la puerta que se giró y apretando uno de los gajos llenos de saliva se dirigió a mi abuelo: “Que ni tu ni tú descendencia puedan disfrutar de la prosperidad que traerá el señor presidente” luego le arrojó el trozo de fruta al pecho. Esto causo que más reproches y basura cayeran contra el hombre, mi abuelo no tomó la amenaza en serio y siguió su vida como si nada.
Un par de meses después de aquella noche el país entro en un vertiginoso ascenso económico: al abrirse el mercado con los países lejanos se incrementaron las ganancias de todos, la empresas se revitalizaron y el campo tomó un segundo aire. Excepto la granja de mi abuelo que por algún extraño motivo se volvió estéril: la tierra se volvió particularmente salada y los riachuelos se secaron en menos de una semana.
Con la oleada de industrialización en las grandes ciudades, mis abuelos lo dejaron todo y fueron a la capital; pero lamentablemente allí tampoco hubo mucha suerte: sin mayores estudios quedaron relegados a oficios simples y mal remunerados. Con mucho esfuerzo impulsaron a mi padre y a mis dos tíos en la escuela y la universidad; pero cuando el hermano mayor de mi padre se graduó de ingeniero murió asesinado por una bala perdida a escasas horas de su ceremonia de grado.

Mi padre y mi tío tampoco han visto una verdadera prosperidad, ya que una serie de reformas han degradado su trabajo disminuyendo el sueldo de todos aquellos con el mismo título. Lo que me trajo este recuerdo es que mi abuelo murió hace escasos días, en medio de una discreta miseria y tras regresar a casa del funeral he escuchado las noticias: el gobierno ha anunciado algunas modificaciones al régimen universitario en las que se han reducido los cupos generales y las becas se le darán a personas para bajos recursos –requisito que no cumplo por un estrecho margen –por lo que parece es muy poco probable que yo pueda acceder a esa clase de educación. 

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