La naturaleza del barril era todo un
misterio: estaba sellado con cadenas de plata y clavos de oro, aunque la madera
que lo rodeaba estaba húmeda y podría permanecía junta. Lo habían encontrado en
unas exploraciones de un viejo barco español hundido, entra algas y arena al
fondo de lo que debía ser el almacén de comestibles.
Pensaron que sería uno de esos
viejos barriles que contenían vino para el viaje hacía el nuevo mundo; pero las
gruesas cadenas que lo sujetaban era todo un misterio. Cuando finalmente el
barril salió al sol y al aire salado del océano, el agua en su interior empezó
a escapar por entre las ranuras viejas y mohosas, algunas gotas continuaron
cayendo mientras un silbido agudo surgía desde el interior. ¿Tal vez algún pez
había quedado atrapado? ¿Por donde habría entrado? El barril estaba
completamente sellado.
En lo que debía ser la tapa del
barril, se leía un letrero ya borrado por los años y el implacable océano: “Entregar
a Monseñor Hernández personalmente. No abrir”. Desde un costado, como la cola
de una rata: lánguida y flácida, colgaba una llave oxidada que parecía encajar
en el voluminoso candado carcomido por la sal del mar. La respiración al
interior del barril se hizo mas intensa y este empezó a vibrar levemente; algo
se agitaba en su interior.
-¡Tírenlo por la borda! –Gritó el capitán.
-¡¿Esta loco?! –El jefe de la
investigación, un hombre bajo que empezaba a quedarse calvo se interpuso entre
la tripulación y el barril –Debemos ver lo que hay adentro.
-Hay algo vivo adentro, algo que quiere
salir y por lo que dice la placa, algo que no debemos sacar –El capitán señaló
el objeto que empezaba a agitarse mas violentamente, el sonido de arañazos al
interior empezó a hacerse mas fuerte y seguido. –Hay que tirarlo al mar.
-Déjeme conservarlo, no lo abriré en
su bote si eso quiere –El hombre sudaba frio: por un lado temía perder aquel descubrimiento,
por otra parte sentía pavor de lo que sea que estuviera al interior del
barril. –Lo llevaré a mi laboratorio y le
tomare rayos X, así no tendremos que abrirlo.
El capitán no sabía si esto era
cierto, pero ya le habían pagado y estaba seguro que al llegar al puerto a la
mañana siguiente podría cobrar un poco más –“Esta bien, pero si una sola cosa
extraña sucede, ese trozo de madera vuelve al océano” –Respondió en tono amenazante.
Los marineros pusieron el barril de costado y los sonidos se intensificaron en
su interior; lo rodaron hasta la parte trasera del barco entre gritos y
chillidos hasta que finalmente lo aseguraron contra la pared trasera.
La noche cayó como una cortina densa
y silenciosa, incluso el mar parecía agradecido de no tener ese apestoso barril
en sus entrañas. Mientras la tripulación dormía el Jefe investigador se deslizó
entre las habitaciones: tenía demasiada curiosidad por el contenido del barril.
Iluminó el recinto con su celular, ahora el barril estaba seco dándole una apariencia
crujiente; en su interior la respiración era rítmica, lo que sea que hubiese
dentro también parecía dormir. Perfecto. Este era el momento ideal para ver que
había dentro.
La llave oxidada casi se partió al girar
en el engorroso candado, toda la estructura cedió con un ruido estrepitoso: las
cadenas cayeron al suelo y la madera se disolvió en el aire como un terrón de azúcar
en una taza de te caliente. Un joven delgado y barbado se incorporó: Sus huesos
tronaron en el silencio de la noche, era obvio que llevaba mucho tiempo en esa
posición, tenía las uñas largas y desparejas, una serie de cicatrices le
cubrían el cuerpo y algunos tatuajes descoloridos se extendían por su cuerpo
desnudo. Sus ojos negros chispeaban en medio de la habitación.
-Debo asumir –Su voz era gruesa y
tenía un ligero acento que daba a entender que no estaba hablando su lengua
materna –Que ninguno en este miserable bote es Monseñor Hernández.
El jefe de investigaciones negó con
la cabeza mientras toda la tripulación se atropellaba para llenar a la
habitación. El hombre salido del barril lanzó una sonrisa que hizo que a todos
lo que podían verle, se les enfriara la sangre.
Con la llegada de la mañana hizo
aparición un barco que se acercó cautelosamente al bote encallado en una duna:
los cadáveres de los tripulantes estaban esparcidos, un charco de sangre a
media coagular y las huellas carmesí de los que intentaron escapar cubrían el
piso y las paredes del lugar. El grupo avanzó hasta la parte trasera donde las
cadenas aún reposaban el piso, como indiferentes de la masacre que había tenido
lugar en la habitación. El líder hizo un gesto y sus acompañantes se acomodaron
a su alrededor. Era todo muy obvio.
-Llamen al concejo –Sus ojos se
pasearon por el cuarto, el olor de los cuerpos empezaba a delatar la
podredumbre que crecía en su interior –Yuggo esta libre de nuevo.
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