viernes, 10 de octubre de 2014

Día 248: Cacería.


El ruido del latir del corazón y la respiración entre cortada eran los únicos sonidos que tenían lugar en su cabeza. Tenía el pantalón roto y le sangraba la rodilla derecha de una manera escandalosa; pero tenía demasiado miedo como para sentir el dolor. El edificio era una complicada revoltura de pasillos colapsados, habitaciones a medio derribar, puertas soldadas al marco y ventanas rotas, afuera el sol resplandecía con brutalidad en un cielo despejado: era el día perfecto para estar en la playa.
Había bajado al menos tres pisos por las escaleras llenas de obstáculos mientras el grupo de hombres que lo perseguían disparaban balas de caucho en su dirección. “Si puedes salir del edificio, eres libre. Si te atrapamos primero…” El anciano de barba caótica había dicho mientras señalaba un arma en el rincón y luego dos hombres le dieron un minuto de ventaja antes de empezar a correr. Estaba casi seguro que lo habían drogado ¿en el bar? Quizás, no recordaba mucho de la noche anterior. Bajó los escalones de dos en dos, había considerado arrojarse por una ventana pero aun estaba demasiado alto, en un piso 15 o más alto. Corría desesperadamente mientras los proyectiles parecían acercarse más y más a su cuerpo.
Estaba bañado por un sudor frio mientras las risas e instrucciones de sus cazadores se hacían cercanas. Saltó los últimos tres escalones hasta caer al descanso y se introdujo en una habitación que en alguna época debió haber sido una oficina ya que tenía muebles y escritorios rotos desparramados por todo el espacio. Corrió un gran archivador bloqueando la puerta, la habitación no tenía mas salidas, excepto por una pequeña ventana ubicada en lo alto del muro, era obvio que su cuerpo no cabía por allí. Tenía la esperanza que se los tipos se fueran, tal vez pensando que había logrado escapar y de esa manera él pudiera salir en un rato.
Un olor acido empezó a saturar el aire, el gas que inundaba la habitación le quemaba la piel y la garganta. Un violento ataque de tos le llegó mientras se esforzaba por divisar la fuente: un humo verdoso emergía desde el conducto del aire acondicionado, era obvio que intentaban envenenarlo. O tal vez volverlo a drogar. En medio de la tos, empezó a salir sangre y la vista empezó a nublársele; la pequeña ventana pegada al techo no era suficiente para evacuar todo el veneno.
Utilizó todas sus fuerzas para mover el archivador, pero este parecía haberse puesto diez veces mas pesado: apenas y se mecía bajo sus intentos desesperados de escapar. Afuera los hombres observaban la vibración del obstáculo que se interponía entre ellos y su presa.

-Tranquilos muchachos, lo mejor de la cacería –Dijo el mas viejo mientras cargaba su arma y apuntaba al agujero de la puerta que cualquier momento se abriría –Es cuando la presa corre hacía al cazador. 

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