La densa enredadera que rodeaba la
casa era un muro palpitante y verde que se extendía lentamente apoyada en los
dos cadáveres de viejos pinos que se extendían hacía el cielo oscuro. La madera
del pórtico estaba carcomida por las terminas y amenazaba con venirse abajo con
la caída de una hoja.
La gruesa espada rompía la red viva
que emanaba una gruesa sábila verde con cada corte, un olor acido se hacía
presente e inundaba el aire con cada golpe. Avanzar un metro le tomó casi dos
horas, pero cuando el príncipe al fin estuvo dentro, con los últimos rayos del
sol, pudo ver el cuerpo recostado en la mesa, cubierto con una manta
polvorienta.
Descubrió el cuerpo con un ágil
movimiento: la bruja estaba gris, con el cabello reseco y la boca
resquebrajada. Parecía un cumulo de polvo a punto de volar con el viento. El
príncipe levantó su espada; que la bruja durmiera no era suficiente, la
necesitaba muerta.
En cuanto se disponía a bajar su
espada, las enredaderas lo alcanzaron por los pies, arrastrándolo rápidamente
hacia sus intricadas y densas espinas, donde reposaban los cuerpos inertes de
otros príncipes y caballeros que habían venido a matar a la bruja. La anciana
dio un largo respiro lleno de polvo y se levantó de un salto mientras
carcajeaba hacia el horizonte, esta era una buena estrategia para terminar con
sus enemigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario