domingo, 5 de octubre de 2014

Día 245: Velorio.


Cuando la vieja señora Ortiz murió el domingo en la mañana, los vecinos notaron que dulce viejecilla no tenía hijos, hermanos u otros conocidos que lloraran su partida. Como es propio de las comunidades pequeñas, organizaron una pequeña sala de velación en la sala de su casa, donde reposo el cuerpo de la dama durante tres días y dos noches.
La última noche antes de llevar el cuerpo a su ultima morada, una fuerte lluvia se había desatado: el caudal era tan fuerte que apenas y se veía mas allá de la nariz. Fuertes relámpagos embestían la tierra y la hacían vibrar bajo los pies de los pocos acudientes a la última jornada del velorio. Las personas conversaban alegremente, bebían café y se juntaban en la parte posterior de la casa a compartir el calor mientras un viento frio vagaba por las estrellas calles del pueblo.
Un zumbido empezó a sobre salir del golpeteo de la lluvia; el ruido crecía exponencialmente hasta que cubrió las conversaciones y la tormenta. Un apagón dejo la sala en oscuridad, con sólo algunas velas cuya flama bailaba en medio del frio, para iluminar el pueblo entero. El ruido entró repentinamente en la casa, haciendo estallar los vidrios de las ventanas y desencajando la puerta de su marco: un enjambre de cucharas voladoras llenó el aire de la vivienda mientras miles de escarabajos y gusanos reptaban por el piso gastado. La multitud de insectos se dirigió al ataúd abierto y empezaron a cubrir el cuerpo de la anciana ante los ojos aterrados de los asistentes.
En su punto cumbre, al ataúd y su contenido no eran más que una masa palpitante y crujiente que se retorcía de manera desesperada. El zumbido aumento aun más  y la pila empezó a ponerse llana. Tras un par de aterradores minutos, con la tormenta rugiendo en el exterior, una pila de insectos se esparció por la habitación, subiendo por las paredes y entrando en el piso, terminaron por devorar la casa y sus muebles, dejando de ese modo a los vecinos expuestos a la incontenible tormenta. Con un ultimo chillido agudo, el enjambre se disperso como una nube de humo en medio de la lluvia.

 A la mañana siguiente, un sacerdote llamado desde la gran capital examino el lugar donde alguna vez se irguiera la casa y tras una breve investigación en la cual levantó algunos escombros y removió un poco de tierra, pudo dar sin lugar a dudas un veredicto: En esa casa se había llevado a cabo un pacto con el diablo. 

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