Cuando la vieja señora Ortiz murió el
domingo en la mañana, los vecinos notaron que dulce viejecilla no tenía hijos,
hermanos u otros conocidos que lloraran su partida. Como es propio de las comunidades
pequeñas, organizaron una pequeña sala de velación en la sala de su casa, donde
reposo el cuerpo de la dama durante tres días y dos noches.
La última noche antes de llevar el
cuerpo a su ultima morada, una fuerte lluvia se había desatado: el caudal era
tan fuerte que apenas y se veía mas allá de la nariz. Fuertes relámpagos
embestían la tierra y la hacían vibrar bajo los pies de los pocos acudientes a
la última jornada del velorio. Las personas conversaban alegremente, bebían café
y se juntaban en la parte posterior de la casa a compartir el calor mientras un
viento frio vagaba por las estrellas calles del pueblo.
Un zumbido empezó a sobre salir del
golpeteo de la lluvia; el ruido crecía exponencialmente hasta que cubrió las
conversaciones y la tormenta. Un apagón dejo la sala en oscuridad, con sólo
algunas velas cuya flama bailaba en medio del frio, para iluminar el pueblo
entero. El ruido entró repentinamente en la casa, haciendo estallar los vidrios
de las ventanas y desencajando la puerta de su marco: un enjambre de cucharas
voladoras llenó el aire de la vivienda mientras miles de escarabajos y gusanos
reptaban por el piso gastado. La multitud de insectos se dirigió al ataúd abierto
y empezaron a cubrir el cuerpo de la anciana ante los ojos aterrados de los
asistentes.
En su punto cumbre, al ataúd y su
contenido no eran más que una masa palpitante y crujiente que se retorcía de
manera desesperada. El zumbido aumento aun más y la pila empezó a ponerse llana. Tras un par
de aterradores minutos, con la tormenta rugiendo en el exterior, una pila de
insectos se esparció por la habitación, subiendo por las paredes y entrando en
el piso, terminaron por devorar la casa y sus muebles, dejando de ese modo a
los vecinos expuestos a la incontenible tormenta. Con un ultimo chillido agudo,
el enjambre se disperso como una nube de humo en medio de la lluvia.
A la mañana siguiente, un sacerdote llamado
desde la gran capital examino el lugar donde alguna vez se irguiera la casa y
tras una breve investigación en la cual levantó algunos escombros y removió un
poco de tierra, pudo dar sin lugar a dudas un veredicto: En esa casa se había
llevado a cabo un pacto con el diablo.
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