Ir a cazar no había sido una buena
idea, no sólo no había encontrado ninguna presa digna, sino que también se
había perdido entre el espeso paraje. El sol bajaba por el borde de la montaña
alargando las sombras del bosque como
largas cuerdas que lo apresaban en la densidad del lugar.
A pesar que aun no era de noche,
todo estaba bastante oscuro, sólo el cielo carmesí y violáceo lo acompañaban.
Esa noche no había cigarras, ni ranas cantarinas, sólo algunas ramas que parecían
que romperse espontáneamente agregando una tensión palpable al aire frio del
monte.
Una extraña sensación lo recorría,
era la idea que alguien lo observaba, ese instinto visceral que nos indica que
estamos a punto de ser la comida de alguien o de algo. Aprovechando la ultima
luz del día determinó el Norte y se dirigió hacia ese camino, recordaba
vagamente que había un rio y un largo puente de madera que conducía al pueblo;
pero con la oscuridad muchas cosas parecían haber cambiado de lugar y de forma,
transportándolo a un bosque totalmente diferente al cual había entrado.
Una pequeña noche emergía desde el
suelo del bosque a medida que la luz del sol se retraía hacía su fuente, y con
la oscuridad una neblina fría y húmeda se elevaba silenciosa. Pronto el ruido
del agua corriente le dijo que estaba en la dirección correcta, pero ahora no
podía saber si el puente estaría rio arriba
o no. El agua era una vena plateada que rasgaba la tierra desprolijamente con
algunas rocas sobresalientes en medio del flujo.
Un ruido empezó a subir desde el
bosque, de manera rítmica, produciendo un pequeño temblor en la tierra. Marco
se giró para ver lo que producía tal movimiento: de entre la espesa neblina
surgió un caballo negro con ojos rojos y la crin de fuego, relinchando en un
tono agudo y potente. Marco apuntó su arma al animal enfurecido, pero en cuanto
la bala tocó la frente del caballo, este se difuminó en un espeso humo negro
con los ojos rojos aun flotando.
Marco empezó a correr paralelo al
rio con la esperanza de ver el puente erguirse en cualquier momento en el
horizonte, pero este no aparecía pese a las desesperadas suplicas silenciosas
de Marco. Los pasos del caballo se acercaban furiosos, el resoplar del animal empezaba
a escucharse y el calor de su crin alcanzaba el cuello de Marco como un rayo de
sol matutino que subía su intensidad de apoco.
Viéndose atrapado, Marco se arrojó
al agua fría con desesperación, a pesar que el rio no era muy profundo o
turbulento, el pánico que lo apresaba lo hundía como una roca en medio la
corriente, su cabeza se asomaba por breves instantes a la superficie permitiéndole
peñas dosis de aire frio y agua que le ardía al interior de la nariz. Tras un
minuto infernal logro sacar su cuerpo repentinamente pesado del agua.
La bestia en la otra orilla empezaba
a agitarse cada vez más, levantando sus aptas y lanzando coces al aire en vano
antes de empezar a disolverse en el aire. Marco continuó corriendo en la otra
orilla, alejándose cada vez más y más del pueblo sin darse cuenta. Mientras un
humo negro emergía lentamente a sus espaldas.
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