miércoles, 1 de octubre de 2014

Día 241: Carne.


La vida en el campo puede ser difícil y no me refiero únicamente al duro trabajo que hay poner en los quehaceres diarios o el olvido y la incomprensión por parte de los citadinos: Un ejemplo es mi vecino Joaquín y su gato Melquiades, el gato en cuestión ya es algo viejo y no se aleja mucho de la finca de Joaquín; en repetidas ocasiones le dije a mi vecino que era hora de traer otro cazador a la casa, pero siempre me decía que Melquiades era especial. Yo siempre asumí que era de esas personas que se encariñan con los animales, hasta que hace un par de meses entendí el lazo que los unía.
Nuestras fincas están en el área limítrofe entre dos ciudades, hace seis meses en un traslado entre prisiones hubo una fuga que la policía no pudo controlar y pese a sus continuos patrullajes los 4 bandidos parecieron haberse esfumado de la faz de la tierra. Entre los vecinos nos cuidábamos: vigilábamos la presencia de extraños en los alrededores y nos visitábamos con frecuencia.
Las semanas pasaron y nunca vimos a los fugitivos; sin embargo la noche del ultimo domingo de septiembre me dirigí a donde Joaquín a pedirle un par de herramientas prestadas ya que mi televisor se había descompuesto. Su casa estaba oscura, excepto por un cuarto que debía ser la cocina, en la parte trasera de la casa, como nos conocíamos de hace tiempo, decidí entrar por la puerta trasera en lugar de tocar por la principal; grave error.
Al entrar Joaquín sostenía un brazo mutilado, pálido y cubierto con una delgada capa de sangre seca. Su cara no mostraba ira, mas bien estaba avergonzado, un ligero rubor le subía por el cuello, las orejas y se esparcía por sus mejillas; lentamente puso el brazo al dentro de un cuenco junto a la nevera mientras me decía: -“Espera, puedo explicarlo”-.  Repentinamente algo cálido y peludo cayó sobre mi hombro; giré mi cabeza por acto reflejo y me encontré mirando a los ojos negros del viejo gato manchado que me gruñía mostrando sus afiliados dientes de aguja.
El animal saltó de mi hombro a la mesa y luego al suelo, se frotó en las piernas de Joaquín y se dirigió al cuenco, donde empezó a mordisquear el trozo de carne produciendo un sonido viscoso y repugnante; similar a como deben escucharse las viseras tibias que se separan con la mano. Un frio me subió por el estomago y la garganta se me contrajo: una nausea intensa me envolvía a medida que el gato seguía comiendo.
Joaquín me tomó por los hombros con fuerza, sus dedos se clavaron como garras sobre mi carne: -“Mira, tienes que calmarte” –Me decía –“Esos hombres eran malvados, intentaron hacerme daño. Pero me defendí, ¡Ja! A puesto que no lo vieron venir” –Hizo el gesto de dispara un arma.
-“No puedo dejar que la policía lo sepa, me llevaría preso” –Sus ojos brillaban como los del gato, con una chispa de locura en el fondo, cerca al rabillo del ojo –“¿Y entonces que sería de Melquiades?”
Puede que no sea una persona con muchos títulos o una gran formación, pero sé que no se debe pelear con alguien que esta mal de la cabeza. Joaquín me dio un vaso de agua y tras tomarla me sentí peor. Abandone su casa con deseos de llamar a la policía: “Esos hombres” había dicho ¿Es decir que tenía más de un muerto oculto en su casa? La idea me hizo vomitar junto a la cerca que separaba nuestros terrenos.
Esa noche soñé con Melquiades recorriendo mi casa, acostándose sobre mi pecho hasta asfixiarme o comiendo mis entrañas mientras producía el mismo ruido húmedo y pegajoso de antes. Me desperté antes del amanecer bañado en su duros frio y espeso; fui incapaz de llamar de la policía, sencillamente no podía pronunciar las palabras “Mi vecino le esta dando de comer carne humana a su gato”. La noche fue tan vivida y aterradora que parte de mi lo enterró a la mañana siguiente, Joaquín tampoco hablaba de eso, pero frecuentemente me decía “El campo es peligroso, debemos cuidarnos unos a otros” y luego hacia un gesto de pistola con las manos y fingía dispárame mientras hacía un sonido casi imperceptible soplando con labios muy apretados.
El tiempo pasó dejando como único recordatorio un extraño miedo a los gatos y repugnancia por la carne cruda; pero lo que trajo esos recuerdos justo ahora es que hoy, mientras reparaba la cerca Joaquín se me ha acercado a conversar. Conversamos de temas triviales hasta que al finalizar la charla me dijo “Sabes, Melquiades ya está muy viejo, así que traje otro gato joven. Lo llamé Mefistófeles, espero que no sea difícil entrenarlo como al viejo Melquiades”.

La frase me quedó sonando hasta esa noche que estaba escuchando la radio: se habían perdido tres campistas en la zona cercana a la finca de Joaquín. 

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