martes, 28 de octubre de 2014

Día 267: Bipedestación.



(Capacidad que tienen algunas formas de vida evolucionada, que les permite caminar en sus miembros traseros a diferencia de los cuadrúpedos)
“El perro del vecino duerme bajo un gran árbol, cuando lo veas llámame, eso quiere decir que estas cerca de mi casa y yo saldré a buscarte” Fernando recordaba las palabras de su tía mientras recorría la calle buscando una casa con un gran antejardín y un árbol, a dos cuadras de la parada del autobús. Nadie había podido salir a buscarlo: su tía estaba enferma, su tío estaba de viaje y su primo seguía en la universidad.
Solía pasar largos veranos jugando con su primo en el parque y en la piscina local; su tía lo había albergado como un hijo más y en varios sentidos Fernando era lo que era por la influencia de aquella adorable dama. Cuando se mudaron, una profunda tristeza embargó a Fernando y a pesar que solía llamarlos ya nada era lo mismo. Así que cuando su tía Rosa enfermó y nadie estuvo disponible para cuidar de ella, Fernando se ofreció con gusto.
Él esperaba verla de pie en la puerta, pero una ola de calor había generado un gran apagón, convirtiendo las calles en un extraño laberinto oscuro. Ella se escuchaba preocupada al no  poder salir a su encuentro, pero Fernando le repitió en varias ocasiones que llegaría sin que ella tuviera que levantarse de la cama, aun así ella insistió en esperarlo con una luz en la ventana.
Después de lo que pareció ser  una eternidad andando por la oscuridad la figura de un gran pino rasgó el cielo purpura desfigurando su raíces entre las sobras que proyectaban las casas. Tal y como su tía había dicho, un gran perro dormía bajo el árbol: se podía escuchar su respiración gruesa y profunda. El animal levantó su cabeza dejando sus ojos centelleando como pequeños luceros.
Fernando cruzó por la acera de enfrente, sorprendido por la gran magnitud del animal; un pequeño escalofrío lo recorrió al pensar que talvez el perro correría a morderlo confundiéndolo con un extraño. A pesar de su miedo, el animal se limitó a observarlo con curiosidad contagiosa, a tal punto que Fernando se detuvo frente al animal para poder hacer la llamada a su tía.
El teléfono sólo replico una vez y su tía contestó aliviada desde el otro lado de la línea, casi de manera inmediata, una luz tenue salió desde una ventana, en la casa de la esquina. Fernando preguntó si había sido ella y se dirigió a la casa. En una experiencia que nunca pudo determinar si fue sugestionada por el gran tamaño del animal o si en verdad pasó: Por el rabillo del ojo le pareció ver como el animal se ponía de pie en sus cuartos traseros e ingresaba a la casa tras el gran pino.

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