La sensación de muerte inminente le
recorría en oleadas que le llenaban la garganta de nauseas, le ponían los ojos
borrosos y le generaba un frio en la parte alta de la boca. Ningún refugio era
suficiente, las explosiones se sucedían
rápidamente y sin tregua; la oscuridad parecía tranquilizadora, pero el
fuerte sonido y olor a quemado la hacían un lugar inquietante e inhóspito.
Un par de manos tibias lo sacaron a
la fuerza de su escondite, obligándolo a correr a bajo una mesa, mientras una
serie de temblores lo recorría.
-¿Qué le pasa al perro? –La dueña de
las manos tibias lo miraba con curiosidad –Se ve nervioso
-Eso suele pasarle cuando hay juegos
pirotécnicos. El sonido de una explosión lo deja así –Respondió el mas bajito
sin apartar la vista de la ventana, observando las temibles luces con total
naturalidad.
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