Claudio se mecía producto del sueño,
el motor del auto producía un leve ronroneo que lo arrullaba. Sentado en la
parte trasera del auto, había pedido a un granjero que lo acercara al pueblo y
este le había permitido viajar en el platón de la camioneta bajo que empezaba a
mostrar algunas estrellas.
El auto dio una curva por una
carretera rodeada de densos árboles que ocluyeron la luz del cielo dejándolo
levemente iluminado por las farolas que comandaban el viaje. Un sonido empezó a
brotar del lado del camino: eran alas agitándose en medio de los matorrales y
pasos pesados que arrastraban la hojarasca seca a su marcha.
Un chillido agudo salió desde la
derecha de la arboleda y una figura negra se resaltó ante la luz de los faroles
del auto: Un gran buitre hacía centellear sus ojos y trinaba de nuevo mientras
embestía el coche. Claudio se puso de pie y se aferró a la cabina, incrédulo de
lo que sus ojos veían; creyó que el conductor iba frenar, pero para su sorpresa
este aceleró con la esperanza de golpear al ave y llegar a salvo a su casa.
Los dos titanes se acercaban a toda velocidad, Andrés
aceleró su vieja camioneta contra el Roc: ese monstruo había matado a mucho
ganado y las recientes desapariciones de niños mostraban que el apetito de la
bestia seguía creciendo. En el último segundo, la enorme ave gruñó de nuevo y
extendió sus garras hacia el auto tomando al hombre que se aferraba al auto. El
grito del hombre se extendió a la par que el llamado de Roc
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