La tormenta había traído consigo un
muro de agua casi impenetrable que se agitaba furioso en medio de la noche.
Hace mucho que no sentía miedo de la oscuridad, pero el viejo Sultán había
muerto hace poco y aun extrañaba el pelo suave, la nariz húmeda y la cola
inquieta junto a él.
El aullido lastimero de algún perro
en un jardín vecino le calaba más profundo, aun no estaba listo para otra
mascota. Finalmente ya empezada la madrugada el sueño acudió a la cita: pudo
recordar el pelaje fino y sedoso, la lengua húmeda, rasposa y tibia. Pero sobre
todo recordaba la alegría de su compañero, su cálida compañía; su amor
incondicional.
La mañana llego con un frio agudo, la
lluvia ya había cedido y un tímido sol se asomaba por entre gruesas nubes densas.
La nostalgia también se había diluido un poco, hasta que se asomó al jardín
trasero y vio un rastro que entraba a la casa desde una pequeña tumba poco
profunda.
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