domingo, 19 de octubre de 2014

Día 258: Vacío.


El tercer domingo de julio era el día en el que por fin se abriría de tumba de Don Emiliano Zuleta, un rico hacendando fundador de la pequeña ranchería; cuya gran fortuna no le había podido comprar ni un segundo mas de vida. A pesar de ser dueño de mas de 300 hectáreas fértiles, unas 2000 cabezas de ganado y poseer 30% de los vienes raíces arrendados del lugar, Emiliano Zuleta fue enterrado como todos los demás mortales en el pueblo: en un agujero en la tierra, dentro de un ataúd de regular calidad con una lapida que la hierba cubrió rápidamente tras ser instalada.
Lo llamativo de Emiliano no era su gran fortuna  ni el breve periodo de tiempo que le había tomado formarla, era su salud inquebrantable y las extrañas circunstancias de su deceso. Emiliano había llegado de la nada, como una neblina que bajaba de las montañas, formó la ranchería en menos de dos meses atrayendo a algunas personas –trabajadores suyos principalmente –y estas eran seguidas por comerciantes y vendedores que lo veían como un área prospera para los negocios. Calcular su edad era difícil, pues sólo tenía algunas líneas de expresión alrededor de los ojos y un cabello salpicado de canas ocasionales. El motivo por el cual su muerte fue tan escandalosa se debe a que fue encontrado  desnudo sentado en su sala con el periódico del día anterior en sus manos.
La tradición decía que los fallecidos se enterraban durante tres años, y luego eran sacados para su cremación; de esa manera el cementerio podía mantener espacios siempre disponibles para los nuevos usuarios. Muchos de los presentes iban a ver el estado del cuerpo ya que suponían alguna clase de brujería negra o pactos con criaturas de la oscuridad, otros tantos iban a ver con la esperanza de ver en su cuerpo reseco alguna señal –como un numero de lotería –que les diera una riqueza similar a la que alguna vez poseyera Emiliano Zuleta en vida.

La tierra de la tumba estaba compacta, y tardaron más de lo común en hallar el viejo ataúd a medio descomponer. Para sorpresa de los testigos, no estaba el típico olor vinagre de la carne a medio descomponer; pero la sorpresa se transformó en pánico cuando abrieron la tapa del ataúd y se encontraron que estaba vacío.  

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