El amanecer llegaba perezoso tras
las colinas, evaporando las pequeñas gotas de rocío que reposaban sobre el
césped. Pedro despertó de apoco, con un calambre en el vientre y la boca
reseca; salió de su pequeña cabaña y observo su rebaño de ovejas, hizo un
rápido conteo: 50 pequeños bultos que pastaban calmadamente y balaban para
mantenerse juntas. 50, eso quería decir que habían desaparecido otras 3.
Era la segunda noche que algún animal
las atacaba mientras Pedro dormía, tal y como lo sospechó un charco fresco de
sangre y algunos trozos de hueso reposaban entre los árboles, cerca de su
cabaña. Un ruido llamo su atención: algo se movía en los matorrales.
-¡El lobo! –Gritó Pedro desgarrando
su pecho por lo fuerte de su quejido mientras salía a correr lejos del ruido
-¡El lobo me ataca!
Un grupo de pescadores que pasaron
cerca, camino al viejo estanque escucharon los gritos del muchacho,
desenfundaron sus machetes y se fueron corriendo a auxiliarlo. Lo vieron correr
era un muchacho alto y delgado, con la piel bronceada por estar todo el día al
sol y un cabello negro que se encrespaba en toda direcciones dándole la
apariencia de ser un espeso matorral. Los
hombre entraron a la arboleda pero no vieron más que un pequeño mapache que
salió corriendo al verse perseguido.
-¡¿Eres estúpido o algo así?! –Gritó
el que parecía ser el padre, empujándolo con fuerza hasta tirarlo al piso –Con eso
no se juega, si no sabes distinguir un depredador de una alimaña no deberías
ser pastor.
El hombre lo pateo mientras estaba
en el suelo hasta que su compañero lo apartó alegando que llegarían tarde a
pescar. Llegado el medio día, Pedro bajó al pueblo a comprar algunas provisiones,
contaba con que su rebaño estuviera seguro con el sol en lo alto. Allí todos
los ignoraban y cuchicheaban a sus espaldas “ese es el niño que grita <<lobo>>”
De regreso a su rebaño una figura se
movía paralela a él, esperándolo a la salida del bosque, podía escuchar la respiración
pesada y ver los ojos brillantes en medio de la oscuridad.
-¡El Lobo! –Pedro regresó corriendo
al pueblo mientras sentía los ojos de la bestia a sus espaldas - ¡El Lobo!
Una gran multitud se reunió para
cazar a la bestia, les atemorizaba lo cerca que estaba de centro urbano y de
sus niños. Pero cuando llegaron con sus armas, sólo encontraron un viejo pájaro
parado en una rama que crujía bajo su peso.
-¡Lárgate mequetrefe! –Gritaba el
carnicero mientras le tiraba algunas rocas que llevaba con él –No vengas a
sembrar el pánico en el pueblo. ¡Vuelve con tus ovejas!
-¡No podrías distinguir un lobo de
una de tus ovejas! –Grito la pescadera mientras la multitud se reía a sus
espaldas. Pedro llegó con su rebaño cuando el sol empezaba a ocultarse y el
cielo se hacía tornasol. Seguía habiendo 50 ovejas, lo que le permitió respirar
aliviado, se sentó un rato en medio de ellas, hasta quedarse dormido.
La luna llena se asomaba entre una
cortina de nubes, haciendo que las ovejas aterradas en medio de la noche,
corrieran en desorden mientras el cuerpo de Pedro cambiaba hasta tomar la forma
de un gran lobo negro.
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