La enfermedad –misteriosa y
devastadora –le había consumido hasta a dejarlo convertido en una bolsa de
huesos y entrañas ruidosas empacadas al vacío dentro de una piel gruesa y
tirante. Esforzándose por respirar había reducido sus horas de sueño a una vigilia
perpetua: siempre que iba a quedarse dormido, empezaba a asfixiarse y debía
despertar para volver a tomar el reducido aire que cabía en sus pulmones
resecos y rígidos.
Sin poder comer mas que algunos
granos de arroz al día, con la espalda llena de llagas y las piernas
inflamadas, no era mas que un monigote sin voz ni poder. Es difícil pensar que
aquella persona fue una vez el presidente de la nación en un tiempo
particularmente cruel; donde personas humildes fuimos sacadas de nuestras
tierras, donde trabajadores fueron explotados y pobremente recompensados hacia
el final de su vida útil. Recortes en salud y educación llevaron a la nación a
una época de extrema pobreza e inseguridad. Nos tomó mucho reponernos de eso,
mejor dicho, a mis nietos les costó mucho arreglarlo.
Retomando al hombre moribundo, no
importa mucho el dinero que saqueó de las arcas del país, no ha podido comprar
un solo minuto de salud. No es que nos dé particular gusto su situación actual;
pero mi abuelo decía que a la hora de la muerte, todos debemos cargar con
nuestras culpas. Si esto es cierto ese hombre pasara mucho tiempo moribundo
antes de quedar limpio.
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