Es común, en aquellas comunidades
ocultas de la civilización moderna en las entrañas de la selva, que se cuenten
historias que desafían la razón y la evidencia de nuestra comunidad. Fue por
esto que mi expedición me llevó a una aldea escondida y limitada en algún punto
olvidado por el tiempo al interior de la jungla de una pequeña isla al sur del
continente.
Los nativos me trataron como si yo
fuera una verdadera curiosidad, acariciaban mi ropa y olían mi perfume y jabón
con particular interés. No eran descorteces, yo no era el primer habitante del
norte que los visitaba, pero si era el primero en ser invitado a este
acontecimiento especial: La venida de su decima quinta deidad: Aeneas. Al
principio que se trataría del parto de una de las esposas de su jefe, o el
primogénito del sacerdote, pero no pude evitar sorprenderme cuando una gran boa
apareció en el altar.
La boa como tal era particular:
parecía que delgados mechos de pelo le salían entre las escamas, sus ojos no
tenían la común pupila alargada, esta era redonda, además la víbora no usaba su
lengua para olfatear el aire, ya que podía ver como sus aletas nasales se
abrían para dar paso a los olores. La serpiente tenía el vientre hinchado, tal
vez por haber comido alguna ofrenda de parte de los pobladores. Intente
acercarme, pero el sacerdote local me retuvo: nadie debía interferir con la
llegada de Aeneas.
Sin embargo, en cuanto la noche
cayó, una serie de fuertes contracciones invadió el cuerpo del animal: una
oleada de movimientos contraía su cuerpo gelatinoso y lo hacía tronar como una
bolsa llena de piedras. Ante mi atónita mirada y el silencio expectante de los
nativos, la boa abrió su boca y regurgitó un bebe de al menos dos kilos, con
los ojos negros abiertos y la piel cobriza. El chamán se acercó y levanto al pequeño
mientras el griterío delas personas llenaba la aldea. La boa terminó regresando
a la selva con un paso lento y silencioso.
Obviamente al llegar al continente
nadie me creyó, lo atribuyeron a alguna bebida exótica o humo alucinógeno que
me habían dado; pero la verdad era que yo estaba en pleno juicio cuando el
evento se dio. Los nativos me sacaron dos días después del parto, pero me
invitaron para ver el nacimiento de la compañera de Aeneas, en dos años. Está
vez llevaré mi cámara.
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