sábado, 11 de octubre de 2014

Día 249: Boa.


Es común, en aquellas comunidades ocultas de la civilización moderna en las entrañas de la selva, que se cuenten historias que desafían la razón y la evidencia de nuestra comunidad. Fue por esto que mi expedición me llevó a una aldea escondida y limitada en algún punto olvidado por el tiempo al interior de la jungla de una pequeña isla al sur del continente.
Los nativos me trataron como si yo fuera una verdadera curiosidad, acariciaban mi ropa y olían mi perfume y jabón con particular interés. No eran descorteces, yo no era el primer habitante del norte que los visitaba, pero si era el primero en ser invitado a este acontecimiento especial: La venida de su decima quinta deidad: Aeneas. Al principio que se trataría del parto de una de las esposas de su jefe, o el primogénito del sacerdote, pero no pude evitar sorprenderme cuando una gran boa apareció en el altar.
La boa como tal era particular: parecía que delgados mechos de pelo le salían entre las escamas, sus ojos no tenían la común pupila alargada, esta era redonda, además la víbora no usaba su lengua para olfatear el aire, ya que podía ver como sus aletas nasales se abrían para dar paso a los olores. La serpiente tenía el vientre hinchado, tal vez por haber comido alguna ofrenda de parte de los pobladores. Intente acercarme, pero el sacerdote local me retuvo: nadie debía interferir con la llegada de Aeneas.
Sin embargo, en cuanto la noche cayó, una serie de fuertes contracciones invadió el cuerpo del animal: una oleada de movimientos contraía su cuerpo gelatinoso y lo hacía tronar como una bolsa llena de piedras. Ante mi atónita mirada y el silencio expectante de los nativos, la boa abrió su boca y regurgitó un bebe de al menos dos kilos, con los ojos negros abiertos y la piel cobriza. El chamán se acercó y levanto al pequeño mientras el griterío delas personas llenaba la aldea. La boa terminó regresando a la selva con un paso lento y silencioso.

Obviamente al llegar al continente nadie me creyó, lo atribuyeron a alguna bebida exótica o humo alucinógeno que me habían dado; pero la verdad era que yo estaba en pleno juicio cuando el evento se dio. Los nativos me sacaron dos días después del parto, pero me invitaron para ver el nacimiento de la compañera de Aeneas, en dos años. Está vez llevaré mi cámara.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario