Estaba cansada por el viaje, doce
horas en un autobús con el baño descompuesto la habían agotado. En la agencia
le recomendaron no viajar durante el día pero había leído muchas historias
sobre cosas aterradoras y espantos que hacían de las suyas en las carreteras
oscuras.
La habitación de hotel no estaba
mal: una cama sencilla con las sabanas limpias y frías –Parecían algo húmedas –
un viejo televisor que sintonizaba 15 canales, un baño con agua caliente y
toallas gruesas en el armario. Esa noche no quería salir a conocer la ciudad,
ni siquiera quería ver la televisión, sólo puso la ropa en el armario, se
cambió a una pijama limpia y se recostó en el suave colchón sin quitar el
cubrecama.
Se quedó dormida casi al instante,
el sonido de los televisores de otras habitaciones llenaba el pasillo, afuera había
una lluvia delgada, era sólo trazas de humedad en el aire. El haz de luz de una
farola entraba por la ventana del baño alargando las sobras de los muebles
hasta hacerlos largos filamentos negro que bañaban la habitación.
Un ruido la despertó, un pequeño “clik”.
Examinó el cuarto lleno de sombras: bultos que reposaban en la oscuridad,
inertes. La puerta del armario a medio abrir, su bolso en el suelo como un perro
viejo y su abrigo colgando de la manija de la puerta. Se acomodó ahora dentro
de la cobija, el frio de la noche le había calado hasta los huesos.
Estaba a punto de quedarse dormida
cuando un fogonazo incandescente llenó la habitación disolviendo las sombras.
Abrió sus ojos de inmediato: le habían tomado una foto desde el interior del
armario.
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