viernes, 12 de diciembre de 2014

Día 310: Flores.


Con el pistilo al aire, derramando un aroma de apariencia oleosa, con tintes de humo. El ramo de flores reposaba sobre un papel blanco perfumado con esencia de jazmín: al lado  derecho un moño rojo sin hacer se disfrazaba como un trozo de seda enmarañado aun sin arreglar.
Oscar siempre había considera las flores como un regalo clásico e inmortal, memorable y al mismo tiempo voluble, pues rara vez duraba más de una semana. En su opinión mostraban lo frágiles y temporales que son las relaciones humanas, “nada dura para siempre”, pensaba mientras acomodaba el ramo en su envoltura de papel.
Sin embargo esta petición era por demás inusual. “Quiero un ramo de flores secas” pidió el cliente. “¿Quiere decir marchitas?” preguntó Oscar extrañado. “No” respondió el cliente visiblemente molesto al otro lado del teléfono “Las quiero secas”.
La verdad Oscar no veía la diferencia, es cierto que es ramo en particular se veía momificado, como si hubiera sido extraído de alguna catacumba milenaria, sujetado tal vez por una novia antigua en su lecho de muerte. Oscar preparó el ramo con cuidado de no deshojar las cadavéricas plantas o de romper sus resecos tallos. El ramo parecía alguna extraña imagen sacada de una fotografía sepia del álbum de su abuela.
Intrigado por el pedido, Oscar esperó tras el mostrador de su tienda al comprador, quien llego cerca de la hora de hora de salida. El hombre parecía complacido por el trabajo realizado, pago la suma pactada y se dispuso a salir sin más explicaciones.
-¡Espere! –Grito Oscar consumido por la curiosidad – ¿Para qué son las flores?
El hombre se giró y lanzó una sonrisa centelleante

-Para mi oficina –El hombre levanto un poco las cejas y su nariz se dilato por la emoción –Trabajo disecando animales. 

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