lunes, 29 de diciembre de 2014

Día 328: Migraña.


La presión aparecía justo después de una corriente que palpitaba atrás de las orejas y se extendía con patas de arañas a través de toda la cabeza, últimamente la presión se incrementaba con rapidez alarmante al punto que las venas se apeñuscaban en sus ojos, dándoles un extraño tono rojizo metálico. En alguna ocasión durante uno de estos ataques un ligero liquido transparentoso  empezó a salir en forma de lágrimas ya través de la nariz, inexplicablemente no era saldo, era tenuemente dulce y aceitoso –la idea lo atravesó tan rápido como la primera punzada de dolor –acaso ¿eso era líquido cefalorraquídeo? Pero la idea se desvaneció para la siguiente oleada.
Este episodio era particularmente fuerte, sentía las sienes llenas de agujas, la mandíbula soldada, la nariz hinchada y los ojos nublados. Una ligera fiebre le subía por el cuello y el estómago se le encogió al tamaño de una pequeña uva. Dejó el libro a un lado y se dispuso a recostarse un rato en la oscuridad, talvez así el dolor bajaría.
En cuanto se puso de pie una gran fuerza presionó su cerebro contra la base del cráneo, sintió que se le iba a escurrir por la nariz y las orejas, el equilibrio se le escurrió por las rodillas haciéndole tambalear por la habitación, el líquido aceitoso empezó a brotar rápidamente por las orejas, enfriando su piel de manera violenta. Se golpeó con una silla antes de caer, una oleada de pánico atravesaba su mente entumecida: tenía que llamar a emergencias.
Ya no recordaba donde estaba el teléfono, así que se arrastró en busca del preciado objeto mientras sentía encogerse su cráneo, amenazando con sacarle los ojos y cortarle la lengua. La habitación se tenía de rojo oxido y las nariz se le hinchaba en un desesperado intento de detener la salida de líquido, los oídos empezaron a emitir un agudo pitido que amenazaba con romper los vidrios de la casa. La presión y el dolor alcanzaban niveles críticos, como un huevo justo antes de romperse.
Finalmente su mano temblorosa y fría alcanzó el celular que había caído cerca de su cuerpo sudoroso, por un acto mecánico ubicó los números en la pantalla del celular. El tiempo que tardaban en contestar se prolongaba dolorosamente, entonces entendió que el pitido de sus oídos no le dejaría saber cuándo hubiesen respondido. Así que gritó con todas sus fuerzas su dirección y la palabra “ayuda” repetidamente hasta desvanecerse en  medio de la presión.
Cuando los paramédicos llegaron, le encontraron en el piso, junto al teléfono, sobre un charco de sangre y liquido de olor dulce con los ojos abiertos.
-Wow –El más joven palideció de inmediato mientras daba un par de pasos atrás –¿Qué diablos le pasó?

-Bueno –La joven se inclinó para observar mejor, llena de una extraña curiosidad morbosa, una ligera sonrisa se dibujó en su rostro –No estoy segura, pero podría jurar que la cabeza le estalló. 

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