La presión aparecía justo después de una corriente que palpitaba atrás de
las orejas y se extendía con patas de arañas a través de toda la cabeza,
últimamente la presión se incrementaba con rapidez alarmante al punto que las
venas se apeñuscaban en sus ojos, dándoles un extraño tono rojizo metálico. En
alguna ocasión durante uno de estos ataques un ligero liquido transparentoso empezó a salir en forma de lágrimas ya través
de la nariz, inexplicablemente no era saldo, era tenuemente dulce y aceitoso
–la idea lo atravesó tan rápido como la primera punzada de dolor –acaso ¿eso
era líquido cefalorraquídeo? Pero la idea se desvaneció para la siguiente oleada.
Este episodio era particularmente fuerte, sentía las sienes llenas de agujas,
la mandíbula soldada, la nariz hinchada y los ojos nublados. Una ligera fiebre
le subía por el cuello y el estómago se le encogió al tamaño de una pequeña
uva. Dejó el libro a un lado y se dispuso a recostarse un rato en la oscuridad,
talvez así el dolor bajaría.
En cuanto se puso de pie una gran fuerza presionó su cerebro contra la base
del cráneo, sintió que se le iba a escurrir por la nariz y las orejas, el
equilibrio se le escurrió por las rodillas haciéndole tambalear por la habitación,
el líquido aceitoso empezó a brotar rápidamente por las orejas, enfriando su
piel de manera violenta. Se golpeó con una silla antes de caer, una oleada de pánico
atravesaba su mente entumecida: tenía que llamar a emergencias.
Ya no recordaba donde estaba el teléfono, así que se arrastró en busca del
preciado objeto mientras sentía encogerse su cráneo, amenazando con sacarle los
ojos y cortarle la lengua. La habitación se tenía de rojo oxido y las nariz se
le hinchaba en un desesperado intento de detener la salida de líquido, los oídos
empezaron a emitir un agudo pitido que amenazaba con romper los vidrios de la
casa. La presión y el dolor alcanzaban niveles críticos, como un huevo justo
antes de romperse.
Finalmente su mano temblorosa y fría alcanzó el celular que había caído cerca
de su cuerpo sudoroso, por un acto mecánico ubicó los números en la pantalla
del celular. El tiempo que tardaban en contestar se prolongaba dolorosamente, entonces
entendió que el pitido de sus oídos no le dejaría saber cuándo hubiesen
respondido. Así que gritó con todas sus fuerzas su dirección y la palabra “ayuda”
repetidamente hasta desvanecerse en medio
de la presión.
Cuando los paramédicos llegaron, le encontraron en el piso, junto al teléfono,
sobre un charco de sangre y liquido de olor dulce con los ojos abiertos.
-Wow –El más joven palideció de inmediato mientras daba un par de pasos atrás
–¿Qué diablos le pasó?
-Bueno –La joven se inclinó para observar mejor, llena de una extraña
curiosidad morbosa, una ligera sonrisa se dibujó en su rostro –No estoy segura,
pero podría jurar que la cabeza le estalló.
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