martes, 9 de diciembre de 2014

Día 305: Padre.


Siempre escuche de mi abuelo, que una vez que uno se hacía padre, era padre para siempre, incluso si el hijo moría; y mi abuelo sí sabía de eso pues un incendio mato a tres de sus retoños. El motivo por el cual recuerdo esta frase de la voz resquebrajada y somnolienta de mi abuela es porque el Gran Gino ha salido corriendo con los pantalones abajo y ahora está vomitando en el baño de mi bar.  Gino, un hombre de color que resaltaba por sus dos metros diez y sus ciento catorce kilos que se movían mañosamente entre las personas. Su edad era difícil de determinar pues más que marcas de expresión su rostro era un valle de cicatrices y barba que lo hacían aún más aterrador. El pasado de Gino ni es de mi interés ni de mi conveniencia, pues es obvio que las peleas y algunos delitos no son extraños para el hombre, yo sólo lo identifico como el sujeto que puede beberse una botella de ron de un solo trago. Para mi es obvio el porqué de este repentino ataque de nauseas.
Todo comenzó hace doce años, cuando la última “travesura” de Gino tuvo lugar, lo pongo entre comillas porque dos cargos por intento de asesinato no son precisamente juego de niños. Todos estaban sorprendidos por las acusaciones, nadie podía creer que alguien con las dimensiones de Gino pudiera fallar dos veces. Gino se dio a la fuga, abandonó la ciudad llevando solamente lo que traía puesto y el dinero de sus víctimas.
Creo que la persona que más lo extrañó –la única que lo hizo para ser sincero –fue Mery, una pequeña de cuatro años que adoraba a su padre. Exacto, no hay nadie que sea tan malo para no tener nada bueno, y nadie tan bueno para no tener algo malo. De Gino podrán decirse muchas cosas, pero nunca conocí a un padre tan devoto, esa pequeña era lo único que había mantenido a Gino limpio los últimos años, pero todos cometemos errores y el del Gran Gino fue fallar los disparos y dejar testigos que pudieran identificarlo.
Por otro lado la persona que menos lo extraño fue Dalila, la madre de Mery, o como todos la conocíamos, la víctima de violación preferida de Gino. No estaban casados y él no le mostraba el más mínimo ápice de respeto. El único motivo por el que no se iba, era porque Gino le había prometido matarla y destriparla si se atrevía a separarlo de Mery; obviamente Mery no iba a dejar a su pequeña; y allí se quedó atrapada.
Gino se arquea en el baño y lanza graves bramidos, como una bestia herida. Regresando al presente la pequeña Mery creció con el estigma de ser la hija del gran Gino y Dalila murió hace dos meses con la paz de saber que no volvió a ver a ese monstruo, cuyo único bien alguna vez otorgado a la humanidad fue la pequeña niña.
Cuando Gino regreso, mas de diez años después no parecía haber envejecido un solo día, pero parecía al menos diez veces más macabro, como si se hubiera comido todas las almas de un cementerio. Tras beberse siete de mis botellas  y pagar con dinero arrugado y caliente, me tomo por la camisa y prácticamente me saco de detrás de la barra. “Quiero un mujer, ¡Ahora!” su aliento cálido y húmedo casi me hace vomitar  pues estaba lleno de comida putrefacta y el olor a alcohol envejecido entre sus muelas. Aguantando la respiración le señalo una puerta junto al baño de hombre, él me deja caer y entra ansioso, prácticamente bajándose los pantalones desde antes de entrar.
Pasan poco más de diez segundos antes que el gran Gino salga pálido y sudoroso, sosteniendo el vómito con sus manos, sin pantalones y con la camisa desabrochada. Igual de pálida, sale del cuarto una jovencita de cabellos crespos y mirada curiosa; viva imagen de su madre Dalila. Pero no piensen mal de mí, nunca habría prostituido a una menor de edad en mi bar, ella es sólo una camarera del turno diurno, con la taberna es más un restaurante para transeúntes.
-¡¿Quién era ese hombre?! –Preguntó la joven alarmada que hasta hace unos segundos estaba cambiándose el uniforme de la escuela para poder trabajar.
-Oh sólo alguien que acaba de ver su mayor miedo frente a sus ojos –Le respondo mientras las arcadas de Gino llenan el lugar, haciendo que algunos clientes dejen de comer y se miren con repugnancia.
-¿Y a que le tenía miedo? –Sé que no podre esconderle quien es ese hombre, ella está en todo el derecho de saber.

-A pensar antes de hacer las cosas –Le digo entre risas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario