La cena estaba puesta: una soda tibia y un tazón de palomitas a medio
reventar. Las luces del árbol de navidad que descansaba sobre el escritorio
funcionaban a medía marcha, de hecho sólo encendían los bombillos verdes
ocultos entre el escaso follaje del pequeño adorno. Había un pequeño pesebre de cristal que le
habían regalado en el trabajo, pero aún no lo había sacado de la caja. En
televisión se proyectaba una película de comedia de hace 20 años “la mayoría de
actores deben estar muertos” pensó con nostalgia.
Se sentó en el desvencijado sofá
verde y se dispuso a pasar la noche buena en soledad. Ahora mismo Martha debía
estar con su nuevo novio, besándose en algún lugar del centro lleno de luces;
un nudo se le hizo en la boca del estómago, ya no quería comer palomitas.
En medio de la oscuridad, su teléfono vibro al
mismo tiempo que un leve zumbido inundaba el pequeño cuarto del universitario.
Emmanuel observó indiferente el celular, pero a medida que avanzaban las letras
una sonrisa se fue dibujando en su rostro melancólico: “Feliz Navidad, con
cariño Martha”
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