La habitación de hotel estaba impecable: la sabana que recubría la cama
doble estaba tan tensa que parecía que fuera a rasgarse en cualquier momento.
Flotaba un olor a jabón de lavanda en el ambiente y el aire acondicionado
murmuraba palabras incomprensibles en el cuarto.
Los seis sujetos –desconocidos entre ellos –esperaban sumidos en un
silencio incomodo, todos habían recibido una carta de un conocido en común. Lo
curioso no es que todos se presentaran al cuarto, era el carácter de urgente y
vital con el que se había etiquetado el motivo de la reunión.
Las dos mujeres y los cuatro hombres se habían presentado, es su
respectivo orden de llegada como una exnovia, una ex compañera del trabajo, un
jefe, un vecino, un guarda de tránsito y un ex cuñado del anfitrión.
El hombre, delgado y pálido penetró la habitación con las manos en el
bolsillo. Era evidente que moría de manera lenta e inevitable, su piel
escamosa, sus labios partidos, sus ojos nublados y su cabello delgado lo hacía
un obvio candidato a un agujero en medio de la tierra.
-Sé que todos se están preguntando porque los he citado a esta reunión
–El hombre extrajo su mano del bolsillo mientras se veía como apretaba lo que
parecía ser una manzana de aluminio –La verdad es que estoy muriendo, y esta es
la última granada que me queda.
Luego, desprendió el seguro sin más explicaciones.
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