La gran montaña exhibía su herida reseca a todo el horizonte, la luz
proyectada por el sol a sus espaldas la hacía parecer más profunda y siniestra de
lo que era en realidad. Casi un cuarto de la prominencia se había evaporado de
la noche a la mañana en medio de un silencio filoso y tenso. El agujero era
sospechosamente simétrico, aunque en su interior se levantaban pequeñas
imperfecciones puntiagudas como lanzas que buscaban apuñalar el firmamento, era
un perfecto círculo sin ángulos extraños, era una órbita perfecta. Un grupo de
hombres vestido de traje, corbata y gafas oscuras observaba el gran agujero
polvoriento.
-¿Sabemos algo de cuando ocurrió esto? –Preguntó una mujer de cabello color
avellana.
-No mucho –Respondió el joven pecoso de gruesos lentes –Debió ocurrir entre
las once de la noche y las tres treinta de la madrugada, no hubo ruidos ni
interferencia con aparatos electrónicos. No se reportan daños en centrales eléctricas,
carreteras o fuentes de agua en un radio de 1500 kilómetros.
-¿Algún avistamiento, subida de marea o crecimiento de montículos en ese
radio? –La mujer se quitó los lentes oscuros examinando el borde de la llaga en
la montaña.
-No, aún no se reporta nada –El joven tragó sonoramente –Y usted ¿Qué cree
que paso?
-Amplíen el radio otros quinientos kilómetros –La mujer se dirigió de
regreso al auto y le hizo una seña al joven para que la siguiera mientras
ignoraba la pregunta –Alguien debió ver algo, cosas tan grandes no desaparecen
de manera inadvertida.
La mujer encendió el auto y empezaron su descenso por la empinada carretera
que conectaba el cráter con la llanura que apresaba la montaña, un grupo de
autos los escoltaba mientras una base se establecía en la ciudad cercana. “Pues
la verdad” La mujer retomó la conversación con un gesto distraído “Quiero creer
que fueron a casa”
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