jueves, 25 de diciembre de 2014

Día 324: Despegar.


La gran montaña exhibía su herida reseca a todo el horizonte, la luz proyectada por el sol a sus espaldas la hacía parecer más profunda y siniestra de lo que era en realidad. Casi un cuarto de la prominencia se había evaporado de la noche a la mañana en medio de un silencio filoso y tenso. El agujero era sospechosamente simétrico, aunque en su interior se levantaban pequeñas imperfecciones puntiagudas como lanzas que buscaban apuñalar el firmamento, era un perfecto círculo sin ángulos extraños, era una órbita perfecta. Un grupo de hombres vestido de traje, corbata y gafas oscuras observaba el gran agujero polvoriento.
-¿Sabemos algo de cuando ocurrió esto? –Preguntó una mujer de cabello color avellana.
-No mucho –Respondió el joven pecoso de gruesos lentes –Debió ocurrir entre las once de la noche y las tres treinta de la madrugada, no hubo ruidos ni interferencia con aparatos electrónicos. No se reportan daños en centrales eléctricas, carreteras o fuentes de agua en un radio de 1500 kilómetros.
-¿Algún avistamiento, subida de marea o crecimiento de montículos en ese radio? –La mujer se quitó los lentes oscuros examinando el borde de la llaga en la montaña.
-No, aún no se reporta nada –El joven tragó sonoramente –Y usted ¿Qué cree que paso?  
-Amplíen el radio otros quinientos kilómetros –La mujer se dirigió de regreso al auto y le hizo una seña al joven para que la siguiera mientras ignoraba la pregunta –Alguien debió ver algo, cosas tan grandes no desaparecen de manera inadvertida.

La mujer encendió el auto y empezaron su descenso por la empinada carretera que conectaba el cráter con la llanura que apresaba la montaña, un grupo de autos los escoltaba mientras una base se establecía en la ciudad cercana. “Pues la verdad” La mujer retomó la conversación con un gesto distraído “Quiero creer que fueron a casa” 

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