sábado, 20 de diciembre de 2014

Día 319: Mandíbula.


Con la llegada de la mañana se hizo consiente de su cuerpo: le ardían los ojos como si estuvieran recubiertos por jugo de limón, la boca sabía amarga, cada diente era una semilla dejada al sol recubierta por agua salada; un pitido leve y constante emergía desde el interior de los oídos, tenía la piel tirante y reseca, además de una sensación de hinchazón en las entrañas.
Cuando se sentó en la cama se sintió como una masa gelatinosa e inestable atrapada por el sueño, moviéndose en cámara lenta. Bostezó en su intento de recargar energía, pero su mandíbula continuó el trayecto otorgado por la gravedad, estirando la piel de sus mejillas como si estas intentaran sostener un bloque de concreto. La piel se quebró con el sonido de dos trozos de plástico que se separan, una oleada de desconcierto y terror recorrió el cuerpo flácido que se puso de pie tan pronto como pudo.
Rápidamente recogió la quijada del suelo, pero la carne a su alrededor empezaba a deslizarse como gelatina a medio derretir, trató de contenerlo todo usando la manta como reservorio y corrió fuera de la habitación en un intento de buscar de ayuda, pero con cada paso podía sentir sus vísceras descendiendo por paredes pegajosas a su interior, goteando lentamente en su vientre y amenazantes con salir en cualquier momento.
Así mismo, en la base de la cabeza y los pómulos se acumulaba una leve presión constante, como si los ojos y el cerebro fuesen a escurrirse por la gran apertura que ahora yacía donde alguna vez había estado su mandíbula, sostenidos únicamente por el débil paladar que se sentía desgarrar lentamente. Tras dos pasos, su abdomen se abrió como un tomate, dejando escapar un grupo tibio, viscoso y palpitante de entrañas a medio derretir; la habitación se llenó del sonido de un papel que se rasga lentamente y el olor del agua tibia.

Después de eso su vista se ennegreció, dejándole como última imagen, su carne deslizándose de sus huesos, rompiendo la bolsa de piel que la contenía. Cuando lo encontraron varias horas después, no era más que una mancha de grasa y un grupo de huesos relucientes en medio de una habitación perfumada a agua tibia y limón. 

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