Visualizaba los nervios como cables delgados y rígidos recubiertos por
alguna sustancia parecida a la mantequilla rancia. Las pequeñas conexiones eran
tiradas como un cordón grueso a punto de reventarse con cada movimiento, aplastándose
constantemente con mas superficies óseas bajo el peso de los músculos rojizos y
palpitantes que presionaban los hilos hasta acercarlos a su punto de quiebre.
La imagen se repetía varias veces al día, a veces era un pensamiento
repentino que atravesaba la mente como una lanza oxidada que rasgaba todo a su
paso; otras veces crecía de manera lenta e imperceptible como raíces que
estrangulan lentamente las otras ideas hasta matarlas. Sea como fuese, la idea
de los nervios pelados como cables de energía chispeantes en un rincón, era una
imagen recurrente y casi permanente incluso en un mar pastillas e inyecciones.
En pocas palabras esa imagen de los nervios haciendo corto circuito se hizo tan
normal que incluso solía evocarla por mera nostalgia, se convirtió en parte de
mi reflejo en las mañanas, de mi rutina en las tardes de café y preparativos
para ir la cama; se hizo parte de quien era y de lo que podía hacer. Aun hoy,
en las tardes frías y tras largas caminatas, se repiten los zumbidos de los
nervios desprendiendo chispas al interior de mi pierna.
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