Era obvio que nos habíamos estancado en un punto de inflexión,
pues llevábamos dos horas rodeado la mis idea sin poder encontrar un punto
medio. Personalmente estaba cansada y a medida que pasaba el tiempo sus
argumentos me parecían más y más estúpidos; como si lejos de querer hacerme
entender su punto de vista, estuviera molestándome.
Se mecía en la silla, produciendo un sonido agudo que
me molestaba el oído derecho. Mientras yo trataba de mantener mi opinión centrada,
él se desviaba, ponía ejemplos absurdos y hacía comentarios llenos sátira hacía
mis valores y creencias. Al principio me mantuve en el debate ya que captó mi atención,
luego –debo admitirlo –fue más un ejercicio de ego: me negaba a perder ante un
tonto.
Pero conforme se consumía el tiempo y saltaba entre
tema y tema habiendo ya perdido el hilo original de la conversación mi interés se
desvanecía y en mi mente se formaban otras ideas silenciosas totalmente
apartadas de mi situación actual.
-Me voy –anuncie repentinamente interrumpiendo algún argumento
tonto basado en la guerra de un país cuyo nombre ni podía pronunciar bien.
-¿Te rindes o he logrado enseñarte algo? –Preguntó con
dejo de vanidad y humillación en el tono de su voz.
-No me rindo, sólo me has enseñado algo muy valioso –Su
cara se llenó de expresión de victoria mientras una sonrisa se dibujaba
puntiaguda –Discutir con aquellos que son incapaces de ver más allá de su
propio argumento es un ejercicio inútil.
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