martes, 23 de diciembre de 2014

Día 322: Piscis.

Según la mitología un huevo cayó al río Éufrates, siendo devuelto a la tierra por unos peces. Entonces Afrodita salió del huevo y, en agradecimiento a los peces los colocó en el cielo.
El estanque parecía un manto traslucido que ondeaba con una corriente de viento que se arrastraba perezosamente sobre la superficie del agua, arrugándole como un trozo de papel. Los peces se deslizaban, ingrávidos en medio de la laguna con los ojos fijos en las algas que danzaban a su alrededor.
Uno de ellos era color carmesí, como una gota de sangre condensada y su cola me mecía como una estela sangrienta a su paso, el otro era blanco, con una absoluta carencia de color parecía un trozo de nube que se deshilachaba al contacto con el agua.
El pescador observaba en silencio desde su lancha, los peces eran igual de grandes a su pequeño bote, pero contaba con llevar al menos uno de ellos, los animales habían rasgado su red, roto su sedal y lo habían dejado en manos de un arpón, era toda una desgracia; no sólo era el método que más le costaba trabajo, también podía arruinar fácilmente su trofeo si fallaba aunque fuese un poco.
Aun así, el sol empezaba a ocultarse tras las montañas, el gran pez carmesí pasó bajo el bote, haciendo que se agitara un poco. El pescador frunció el ceño: en cuanto el pez emergiera por el otro lado le clavaría el arpón entre los ojos, el animal se deslizo lentamente a paso de tortuga, como si el agua fuese demasiado viscosa. En cuanto el pescador vio la figura del animal, arrojó con fuerza su arma, rompiendo la quietud del lugar y agitando el agua.
El pez blanco saltó desde el otro del estanque, asustado por el repentino caos; su cuerpo empezó a fragmentarse en trozos diminutos que se elevaban rápidamente hacía el cielo malva. Los fragmentos centelleaban como un pequeño palpitar, el pescador miraba absorto el espectáculo cuando su bote fue volcado repentinamente, el pez carmesí también saltaba para disolverse en el aire y seguir a su compañero al cielo ennegrecido.

Mientras el pescador intentaba regresar a la orilla dejando atrás su bote volcado, tocó con sus dedos algo redondo y liso que sobresalía del suelo fangoso. El hombre se sumergió para luego emerger tras unos segundos, llevando consigo un enorme huevo. 

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